EL MOVIMIENTO DE JESÚS
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Evidentemente, Jesús no “instituyó” ninguna Iglesia, ninguna
“estructura eclesial” propiamente dicha: una doctrina, una
liturgia, un gobierno... Jesús puso en marcha un
movimiento, que a través de muchas circunstancias y
vicisitudes históricas desembocará en iglesias organizadas,
y mucho más tarde en una Iglesia centralizada.
Jesús empezó quizá actuando solo, pero pronto reunió un
grupo de discípulos en torno a sí. Así lo habían hecho
también Buda, Confucio, Sócrates. Y Juan Bautista, de quien
Jesús fue discípulo durante algún tiempo
Un grupo de hombres y de mujeres acompaña a Jesús a todas
partes haciendo con él vida itinerante; pero también
encontramos un grupo más amplio de personas que, viviendo en
sus casas y siguiendo en sus tareas, son sin embargo
discípulos de Jesús, le apoyan, lo reciben, le “siguen”.
Todos ellos forman el "movimiento de Jesús".
También nosotros nos sentimos y queremos ser discípulos de
Jesús. El reino de Dios nos reúne. El reino nos necesita en
grupo, pero también nosotros necesitamos sentirnos
acompañados para poder ser profetas del reino.
Nos empuja su movimiento, y queremos empujarlo. Nos mueve la
alegría
¾a
menudo tan oculta¾
de la misma buena noticia y la esperanza difícil del reino
de Dios. Somos Iglesia de Jesús. Pero ¿cómo es la “Iglesia”
que Jesús quiso?
En el origen del discípulo y de la Iglesia está la
conciencia de haber sido llamado. La voluntad y la decisión
de uno son imprescindibles, pero son despertadas por la
llamada de otro: por la llamada de Jesús y, en último
término, por la llamada de Dios. Eso es lo que significa
originariamente el término “Iglesia” (Ekklesia):
“comunidad de llamados”.
La llamada de Jesús se presenta de diversas maneras en los
evangelios, y es normal, pues el Espíritu actualiza la
llamada de Dios de modos muy diversos, según el temperamento
y las circunstancias de cada persona.
A veces, son los mismos discípulos los que se acercan
a Jesús, porque quieren seguirle:
Yendo de camino, alguien le dijo: "Te seguiré a donde vayas"
(Lc 9,57).
Otras veces, es Jesús quien llama directamente, con
autoridad:
"Venid conmigo y os haré pescadores de hombres"
(Mc 1,6); “Sígueme” (Mc 2,14).
Es sorprendente. No eran los escribas quienes elegían a sus
discípulos, sino a la inversa: eran los discípulos los que
solían elegir a sus maestros. En el evangelio no sucede así:
en muchos pasajes, es Jesús el que llama a sus discípulos, y
lo hace sin rodeos, sin dar explicaciones, sin hacer bellas
promesas. Llama directamente, con concisión. Ven sígueme.
Todo está en juego, y todo merece la pena, pero no es
posible saberlo sin seguirle (cf. Jn 1,39).
Existen también otras diferencias llamativas entre los
discípulos de los escribas y los de Jesús: los discípulos de
los escribas solían tener con sus maestros una relación
temporal, mientras que los discípulos de Jesús tienen con él
una relación permanente; los escribas no admitían mujeres
discípulas, pero Jesús sí.
Y otras veces, por fin, la invitación a seguir a Jesús llega
al discípulo por mediación de otro: "Hemos encontrado al
Mesías" (Jn 1,41), dice Andrés a su hermano Pedro. La
llamada llega a Pedro por medio de Andrés, y a Natanael por
medio de Felipe. Y así se prolonga y se extiende la llamada
de Jesús que constituye la Iglesia.
El ser humano es un ser llamado. Llegamos a ser nosotros
mismos gracias a la llamada, la mirada, la palabra de otro.
Y en la palabra y en la llamada que nos vienen de otro,
vamos percibiendo que el misterio de Dios, totalmente otro y
absolutamente íntimo, nos envuelve y nos funda.
En la llamada de Jesús, los discípulos de Jesús han
reconocido la llamada de su propio interior, la llamada del
pueblo sufriente, la llamada de los tiempos difíciles y, en
última instancia, la llamada del Dios grande y cercano que
les invita a la fiesta y a la lucha por el reino.
Siempre es Dios el que llama, pero Dios llama siempre por
mediaciones: a través del propio deseo y de las propias
facultades, a través de la profecía y la compañía de una
persona concreta, a través del grito y la necesidad de los
sufrientes...
Los discípulos, movidos por la presencia y la promesa de
Dios, se convierten en “pescadores de hombres”, es decir, en
liberadores de hombres y mujeres, en la esperanza del reino
de Dios, en la lucha por el reino de Dios.
José
Arregi
Para orar
TÓMAME DE LA MANO
¡Dios mío, tómame de la mano!
Te seguiré de manera resuelta, sin mucha resistencia.
No me sustraeré a ninguna de las tormentas que caigan sobre
mí en esta vida.
Soportaré el choque con lo mejor de mis fuerzas.
Pero dame de vez en cuando un breve instante de paz.
No me creeré, en mi inocencia, que la paz que descenderá
sobre mí es eterna.
Aceptaré la inquietud y el combate que vendrán después.
Me gusta mantenerme en el calor y la seguridad,
pero no me rebelaré cuando haya que afrontar el frío,
con tal que tú me lleves de la mano.
Yo te seguiré por todas partes e intentaré no tener miedo.
Esté donde esté, intentaré irradiar un poco de amor,
del verdadero amor al prójimo que hay en mí.
Etty Hillesum, Diario durante la persecución nazi