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EL HOMBRE LLENO DEL ESPÍRITU

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Lc 3, 15-16 y 21-22

Los cuatro evangelistas dejan constancia de la presencia de Jesús en el Jordán, en el entorno del Bautista, y la manifestación del Espíritu que allí tuvo lugar. Esta reiteración indica a las claras el carácter histórico de este acontecimiento, tan significativo que, después de la resurrección, se tiene por condición para ser considerado "Testigo de Jesús", el hecho de haber estado con él (con ellos) desde el principio, es decir, desde el Jordán. Pero el interés de estos relatos está, más que en la circunstancia histórica, en la manifestación del Espíritu, que indica, en el arranque mismo de la vida pública, "quién es este". Jesús queda definido por el Espíritu, el Hijo predilecto, y la lógica invitación a escucharle, que sirve como presentación del resto del evangelio.

El tema fundamental que nos plantean las lecturas de hoy es el mismo de la Epifanía: la manifestación de Jesús. Tradicionalmente, la Iglesia, dependiendo de sus orígenes judaicos, ha entendido la manifestación de Jesús al mundo en dos etapas: la manifestación a Israel y la manifestación "también" a los gentiles. La primera está representada en el anuncio del Ángel a los pastores: "Os anuncio una gran alegría "para todo el pueblo". La segunda, se representa en la Epifanía, la manifestación a los Magos de Oriente, y en el Bautismo de Jesús, que es la Manifestación suprema puesto que se dice quién es éste: el Hijo, el Predilecto.

El resumen de todo el mensaje es, por tanto: JESÚS, LLENO DEL ESPÍRITU DE DIOS, EN QUIEN SE MUESTRA EL ESPÍRITU.

Creo que hay para nosotros dos niveles de reflexión muy importantes en estas lecturas: Jesús, el hombre lleno del Espíritu y qué Espíritu se muestra en Jesús.

Jesús, el hombre lleno del Espíritu.

"Acostumbrados" a una cristología meramente descendente, en la que Jesús se nos ha presentado como "El Logos hecho carne", descuidamos con frecuencia estos mensajes, tan antiguos y originales.

Un hombre, hijo de una mujer, que crece y sufre y siente tentaciones y ora y se desanima y muere... Un hombre. Si no partimos de aquí, nuestra fe en Jesús corre mucho peligro: si la fe en la divinidad destruye la humanidad de Jesús, no creemos en Jesús sino en otro.

Lleno del Espíritu. El Espíritu es "la ruah", el viento de Dios, tan presente en todo el AT, desde Génesis 1 como presencia creadora hasta la fuerza que suscita e impulsa a los jueces y profetas. La fuerza de Dios, poderosa e invisible, que alienta en el mundo y lo anima: es la fuerza de Dios Creador/Salvador.

Los evangelios y los Hechos presentan a Jesús como "lleno" de esa fuerza, de ese viento. Juan habla de que en Él reside "en plenitud". Son magníficas imágenes, nada más que imágenes. Cuando, fascinados por los hechos, los comportamientos, las palabras de Jesús, surge en nosotros la pregunta: ¿quién es este hombre?, la respuesta es "el hombre lleno del Espíritu".

Hasta tal punto está "lleno" del Espíritu, que en él podemos ver cómo es el Espíritu de Dios. No podemos ver a Dios, pero podemos ver su Espíritu en Jesús. Jesús es así, luego Dios es así, porque el Espíritu es el mismo. Este es un sólido fundamento para nuestra fe. Personalmente, lo tengo por un fundamento y un proceso de fe imprescindibles... y un tanto olvidados en la piedad cristiana (¿quizá también en la teología?)

Qué "Espíritu" se muestra en Jesús.

En los evangelios se muestra ese Espíritu en todas las ocasiones y en múltiples aspectos: es pobre, lleno de mansedumbre, sabe sufrir, sabe perdonar, trabaja por la paz, es limpio de corazón, sufre por la justicia, es valeroso, se arriesga por curar y por perdonar, dice la verdad sin importarle cómo lo tomen, es capaz de afrontar la muerte...

Todo ello se resume en "es Hijo". Dos es Abbá, y Jesús es "el Hijo predilecto". El Espíritu de Jesús es ante todo espíritu de hijo, no de criado, no de sometido, no de temor, no de asalariado.

Este Espíritu de Hijo le hace "estar en las cosas de su Padre". Y las cosas de su padre son los demás hijos. Y aquí es donde la escena del bautismo cobra enorme valor simbólico, como probablemente lo tuvo en sentido histórico: Jesús asume su condición de Hijo, se deja invadir del Espíritu, rechaza toda tentación de mesianismos falsos y se entrega, en absoluto a las cosas de su Padre, a los demás hijos.

Cuando Jesús habla del Bautismo no se refiere a la institución de un rito de iniciación. Lo hace de manera muy distinta: "Con un bautismo tengo que ser bautizado. y ¡cómo se estremece mi alma mientras esto llega!" (Lucas 12,50) "¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber y ser bautizados con el bautismo que yo he de recibir?..." (Marcos 10,38)

Para Jesús, el bautismo es "sumergirse de cabeza" en su misión de Hijo, entregar la vida hasta la muerte por los demás hijos. Y en eso se muestra El Espíritu, ése es el Espíritu de Dios. Por eso creemos en Jesús, porque vemos en él la obra del Espíritu: hacer que un hombre se entregue totalmente a sus hermanos.

Este domingo, por tanto, cierra maravillosamente el ciclo de Navidad. Luego vendrá la vida pública de Jesús, su trabajo como Hijo en favor de los hijos. Pero ya sabemos quién es éste, y ya empezamos a ver, en Él, cómo es Dios. Esto lleva a un proceso de conversión. Como hemos sido educados en el conocimiento de Jesucristo, y hemos aceptado - mucho antes de saber lo que decíamos - que Jesús es "Dios y hombre a la vez", no nos resulta disonante esta afirmación, tan evidentemente contradictoria para cualquier mente medianamente pensante. También sucede que nos hemos acostumbrado a pertenecer a la iglesia sin que se nos haya pedido a cambio un compromiso real y profundo con los demás. Se nos bautizó sin enterarnos de nada, nos confirmamos quizá sin hacer una verdadera opción de vida, comulgamos con Jesús sin comulgar mucho con los hermanos.... Extraña manera de "ser de Jesús".

El bautismo de Jesús es un acto de comunión: Jesús comulga con las demás personas, se tira al agua con ellas, tira su vida por todos. Y ¿qué es nuestra comunión con Jesús, la que celebramos en la Eucaristía cada domingo, si no es comunión con los demás? Si nuestra comunión es comulgar a Jesús para nuestro alimento personal, pero no es comulgar con todos como Jesús, por su mismo Espíritu de Comunión, nuestro acto no es más que una "acción sagrada", un rito con escaso o ningún poder de transformación, de comunicación del Espíritu.

Lo de Juan Bautista era agua, nada más: la ley, el cumplimiento, el castigo... Bueno, pero sólo agua. Lo de Jesús es "Espíritu y fuego". El fuego es el amor de Dios, el amor que mueve el corazón de Jesús. Si miramos y remiramos la vida de Jesús, lo que hace y lo que siente y lo que dice, tendremos una evidencia: este hombre es inexplicable sin El Espíritu.

Pero de todo esto se desprende una pregunta, la más básica, la que de verdad nos importa: ¿Quién es Jesús PARA MÍ?. Nos la hemos hecho muchas veces, y la renovamos una vez más, porque es la primera piedra, sobre la que se construye todo el edificio de la fe y toda nuestra manera de vivir.

Habremos llegado a la fe en Jesús por muy diversos caminos, todos buenos si llegan a Él. Pero la fe en Jesús no es una tranquila y definitiva posesión, sino algo así como un territorio en que se entra, y cada vez se va uno adentrando más en él. Cada día se va descubriendo más, se va purificando más, se va haciendo más íntimamente innegable. Quizá fue al principio una fe muy histórica y muy mítica. Aceptamos la historia y aceptamos a Jesús como Palabra de Dios, y ya está. Vimos los evangelios como narraciones históricas que ni quitaban ni ponían nada por cuenta de los autores. Incluso vimos a Jesús como si fuera "el Todopoderoso disfrazado de hombre".

Pero hicimos algo bueno: le seguimos. Intentamos hacerle norma de nuestra vida. Incluso en este aspecto, quizá entendimos el Evangelio como unos nuevos Mandamientos, como preceptos más perfectos y más difíciles, de cuyo cumplimiento Dios nos pediría cuentas.

Poco a poco entendimos más. Entendimos que los evangelistas nos han transmitido su fe, y la de la primera comunidad. Y entonces nos gustó más que antes el relato, porque ya no era algo mítico, dictado por Dios e infalible en todas sus comas, sino el testimonio de la fe de hombres como nosotros. Luego entendimos más a Jesús: no como un misterio incomprensible, una divinidad aparentemente humana, sino como un hombre lleno del espíritu de Dios, en el cual resplandece lo divino de manera incomparable, cualitativamente distinta a lo que sucede en cualquier otro ser de la creación, que también refleja a Dios. Entonces empezamos a comprender que en Él se ve cómo es Dios mismo. Y descubrimos que Dios trabaja por los hombres, no rompe la caña quebrada, es luz para la vida, quiere la vida plena para todos, nos ofrece un destino impensable... y nos invita a trabajar para que todo eso se haga realidad.

Y nos enganchamos a la tarea de Jesús. Y por eso nos metimos en la iglesia, la comunidad de mujeres y hombres que ha dado su asentimiento a Jesús, que acepta el Dios que resplandece en Jesús, que está animada por el mismo espíritu salvador de Jesús, que entiende la vida y la muerte como Él la entendía.... Y nos damos cuenta que, si somos sinceros, "eso" va creciendo en nosotros cada día, se hace cada vez más evidente que no hay imagen de Dios y del hombre más convincente, ni modo de vida más humano ni más exigente ni más tranquilizador... Y renovamos cada día nuestra adhesión a Él, y seguimos descubriéndole y queriéndole y convirtiéndonos y trabajando más....

Este domingo, pues, en la Eucaristía, se nos ofrece una vez más la oportunidad de "comulgar con Jesús", explicitar nuestra adhesión y nuestro compromiso con Él, renovar nuestro bautismo, comulgar con la Iglesia, sintiéndonos unidos a toda esa enorme comunidad de gente que cree en la bondad, en la austeridad, en la sencillez, en la verdad... que forman, sabiéndolo o sin saberlo, la gran familia de los que luchan por el Reino.

 

APÉNDICE

IMAGINANDO

Esta escena del Bautismo de Jesús en el Jordán nos viene muy bien para aprender a leer mejor los evangelios. Imagínese a las personas que escribieron este relato, imagínenlos en varios momentos de su vida.

Escena primera: junto al Jordán, año 28 dC. Nuestro personaje (vamos a llamarle Andrés) está en la orilla, a la sombra de un palmeral, contemplando a Juan, el Bautista. Juan, vestido con su piel de camello, está en el río, metido hasta las rodillas. Una fila de gente espera a ser bautizada. Van pasando delante del Bautista, confiesan ser pecadores, y Juan los sumerge en el agua y los saca después. Y van pasando, uno y otro y otro... Entre los de la fila hay un buen grupo de galileos. Se les nota en su aspecto un poco aldeano, y, cuando hablan, en su acento inconfundible. De todas clases: labradores un poco encorvados tostados por el sol, un tipo alto de unos treinta años, con pinta de obrero de la construcción, algún soldado, un publicano... un poco de todo. El obrero de la construcción está muy ensimismado, cuando sale del agua se queda concentrado, como metido en la oración. Luego se aleja del río hacia el desierto. Andrés acaba aburriéndose de la escena y se marcha.

Escena segunda: en algún lugar cercano a Jerusalén, año 41 dC, en la "katálima", la sala grande del piso superior en una casa bastante grande. Un grupo está sentado alrededor de una mesa baja. En la mesa no hay más que pan y vino. Andrés, un poco canoso ya, está hablando:

- De todas estas cosas, nosotros somos testigos; nosotros, los que estuvimos con él desde el bautismo en el Jordán. Entonces no le conocíamos. Más tarde le tratamos a fondo, nos invitó a que le siguiéramos, nos fue entusiasmando. Cuando murió en la cruz tuvimos un trauma terrible: no podíamos imaginar que fracasara de una manera tan terrible. Más tarde aún, llegamos a creer en él. Y ésta es la fe que os comunicamos: que Dios estaba con él, que fue un hombre "lleno del Espíritu", que es el que esperábamos, "la Palabra del Padre".

Un jovencillo, /vamos a llamarle Mateo, aunque también podría ser Cleofás o Rufo...) escucha muy atento. Parece un chico culto, hasta podría ser un estudiante de escriba. Saca de vez en cuando una tablilla de cera y anota en ella rápidamente algunas cosas. Cuando Andrés termina de hablar, todos recitan y cantan oraciones y luego comen del pan y beben de la copa, y dan gracias a Dios.

Escena tercera: en Pella, Transjordania (¿o es quizás Antioquía?) Estamos en el año 70, en invierno, y las tropas romanas han puesto cerco a Jerusalén. Un escriba ya entrado en años (no sabemos cómo se llama, si Leví o Joachim o Mateo quizá, en fin que no lo sabemos) ejerce su oficio, está escribiendo, en finas hojas de papiro cuidadosamente preparadas. Escribe:

Comienza la Buena Noticia de Jesucristo el Hijo de Dios: Conforme a lo que escribió el Profeta Isaías 'yo envío mi mensajero delante de ti para prepararte el camino', apareció Juan Bautista en el desierto... Por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan.

El escriba se ha detenido, con el cálamo en la mano derecha, ha levantado la cabeza y se acaricia la barba con la izquierda. Está presentando a Jesús, el Hijo de Dios, y no quiere que parezca inferior a Juan, ni que se le considere un pecador más. Quiere dejar claro desde el principio quién es, no quiere que sus lectores se queden con la mera noticia de un suceso, sino presentarles a Jesús, en quien el escriba cree. Y sigue escribiendo:

Cuando salió del agua, Jesús vio que los cielos se rasgaban, que el Espíritu, como una paloma, bajaba a él, y oyó una voz que decía: "Tú eres mi hijo querido".

Cuando, el domingo siguiente, el escriba leyó a la comunidad, mientras celebraban la Cena del Señor, lo que había escrito, les gustó mucho a todos. Había allí un anciano que se llamaba Andrés, y todos le tenían gran respeto porque había sido de los íntimos de Jesús. Se volvieron a él para ver qué le parecía. Andrés estaba sonriendo. Miró al escriba:

- Muy bien, muy bien, has escrito estupendamente lo que vieron mis ojos, y además, lo que creemos de Jesús. ¡Y con símbolos preciosos! Los cielos rasgados y la voz, como en el Sinaí... Y lo de la paloma representando al Espíritu ... ¿de dónde has sacado esa imagen tan bella?

Y el escriba sonrió también, satisfecho de la aprobación de Andrés, el Testigo, y decidido a seguir por ese camino, hasta contar muchos hechos y dichos de Jesús, recogidos de las palabras de los testigos, para expresar así su propia fe y la de todos aquellos que también habían creído que "Dios estaba con Él".

 

José Enrique Galarreta

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