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HACIA LA OTRA ORILLA

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Mc 4, 35-40

Jesús, quien ha visto, invita y anima a ir "más allá" de lo conocido y de lo trillado, hacia "la otra orilla".

El ser humano tiende a instalarse, acomodándose a aquello que va consiguiendo. Fácilmente nos acostumbramos a lo conocido y nos dejamos mecer por la rutina que evita sobresaltos y nos otorga una cierta sensación de seguridad.

Y esto suele ocurrir también con nuestras ideas, creencias o cosmovisiones. Acostumbrados a ver la realidad desde una determinada perspectiva, nos cuesta abrirnos a otros ángulos nuevos o desconocidos.

Preferimos, aun sin darnos cuenta, quedarnos instalados en "esta orilla", la conocida, habitual, acostumbrada. Es la preferida de nuestra mente y de nuestra sensibilidad, por la sencilla razón de que les resulta familiar y les aporta tranquilidad.

Es una actitud en principio comprensible, aunque comporta un riesgo importante: quedar reducidos a una visión estrecha y ahogados en una vida mortecina, una vez que nos hemos cerrado a cualquier posible salida..., sobre todo cuando hemos logrado un "bienestar" que se prolonga.

En realidad, cuando todo en la vida nos resulta fácil, es más probable que nos instalemos en nuestras seguridades. En ocasiones, solo cuando estas se conmueven, la persona conecta con otro anhelo más profundo.

Porque, si bien en los niveles mental y emocional, tendemos a instalarnos, en lo más profundo de nosotros, sin embargo, nos habita un Anhelo de "más", que nos empuja desde dentro en un despliegue abierto a horizontes cada vez mayores.

Tal anhelo podemos verlo también como la voz de nuestro "maestro interior" que nos da paz, pero que no nos deja en paz. Si no lo ahogamos con compensaciones ni lo acallamos con nuestro ruido, escucharemos su voz que nos anima a cruzar a "la otra orilla". Por eso, al escuchar estas palabras de Jesús, es probable que reconozcamos el "eco" que producen en nuestro interior, y que la invitación nos resulte conocida.

La "otra orilla" es la novedad del presente, el descubrimiento incesante, la amplitud sin límites. Pero solo podremos empezar a cruzarla si estamos dispuestos a dejar nuestros caminos trillados y nos entregamos con docilidad a la Vida –otro nombre de nuestro "maestro interior"-, en todo lo que tenga que enseñarnos.

Si "esta orilla" es la del yo –al identificarnos con la mente, nos habíamos reducido a él-, la otra es la de nuestra identidad profunda. Por eso, la primera es "cerrada" –tiene los mismos límites que el yo-, mientras que la segunda es ilimitada.

En aquella, pretendemos controlar todo desde la primacía del yo; en esta, nos reconocemos en la Vida misma que fluye y que se expresa en todo, incluido el propio yo, que ha "cedido" su protagonismo anterior.

Pero, aun oyendo la invitación y reconociendo la resonancia que produce en nuestro interior, el tránsito no suele ser fácil. Debido a nuestra identificación con la mente, que nos ha hecho creer que éramos el "yo individual" que ella misma ha plasmado, nos cuesta mirar la realidad desde otra perspectiva que no sea la del yo.

La dificultad del tránsito queda magníficamente expresada en el relato evangélico que estamos comentando. El yo (la barca), aun atreviéndose a salir de su mundo habitual, experimenta un oleaje (mental y emocional) amenazador en el que teme hundirse sin remedio.

Sin embargo, dentro de esa misma tempestad, hay alguien que duerme serenamente. No solo eso: es alguien que impone la calma con su sola palabra. De pronto, ante tal calidad de presencia, el mar (todo aquello que nuestra mente percibe y etiqueta como "mal") se torna apacible, y el miedo angustiante se convierte en confianza admirada y agradecida.

¿Ante quién estamos? Jesús, de quien había partido la invitación a cruzar a "la otra orilla" (nuestro maestro interior), es la expresión de quien "ha visto", conoce y vive su identidad profunda.

No se halla reducido a su "yo individual", sino que se sabe Consciencia y Vida sin límites, Presencia consciente y amorosa, que se nombra como "Yo Soy", sin otros añadidos.

Esa Presencia –otro nombre de nuestra identidad profunda- es paz, ecuanimidad y fuerza. Calma el mar embravecido y nos introduce en la paz que supera todo lo que podemos pensar.

En los niveles mágico o mítico de consciencia, Jesús era visto como alguien "exterior" o separado, cuya fuerza podía liberarnos "milagrosamente" de todos los males. La oración consistía, precisamente, en implorar su poder para sortear las dificultades.

En el nivel transpersonal, de la mano de la perspectiva no-dual, la liberación sigue ocurriendo, pero la explicación es distinta: Jesús es el "espejo" de lo que somos todos; en él nos vemos reflejados y en él podemos percibir y reconocer nuestra misma identidad.

Se trata de una identidad "compartida" (no-dual) que, sin negar las diferencias, reconoce que su fondo y nuestro fondo es uno y el mismo. En realidad, todo lo que existe "comparte" o participa de ese mismo Núcleo que constituye la Mismidad de todo lo que es.

Desde esta nueva perspectiva, por tanto, Jesús no aparece como un salvador "externo", sino como la referencia que, al abrirnos los ojos, nos hace tomar consciencia de que estamos ya salvados, en la Identidad que somos. El engaño consistía en nuestra propia ceguera, que nos había reducido a las dimensiones del yo mental.

De modo que las palabras del relato –"¿por qué sois tan cobardes?; ¿aún no tenéis fe?"- podrían "traducirse" por estas otras: ¿por qué estáis tan ciegos?, ¿todavía no veis? Despertad a vuestra verdadera identidad... Todo lo demás –la calma, la fuerza, el coraje...- se os dará por añadidura.

Necesitamos, para ello, activar nuestra "inteligencia espiritual", como la capacidad que nos permite acceder y conectar con esa dimensión profunda de lo real, a la que nos referimos con el término "espiritualidad".

(A quien esté interesado en todo ello, puedo sugerirle la lectura del último libro que he escrito, y que acaba de publicar la editorial PPC: "Vida en plenitud. Apuntes para una espiritualidad transreligiosa").

 

 Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

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