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Libro de la biblia

* Cita biblica

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Fecha de Creación (Inicio - Fin)

-

ESPERANDO CON ESPERANZA

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La jornada de camino había sido larga y llegamos de noche a Jerusalén, a punto de que cerraran las puertas de la muralla. José el de Arimatea nos había dicho que Lucio, un pariente suyo, estaba dispuesto a darnos acogida en su casa que tenía un gran patio en el que podríamos dormir.

Al llegar a la casa advertimos un ir y venir de criados dando muestras de gran agitación: uno de ellos nos dijo que el único hijo de Lucio que tenía cinco años, se debatía entre la vida y la muerte.

El médico al que habían acudido salía en ese momento de la casa y le oímos decir al padre:

"Tiene la fiebre muy alta y apenas puede respirar. Seguid poniéndole el emplasto de mostaza caliente: esta noche va a ser decisiva y, si no cede la fiebre, poco podemos hacer por salvarle.

En algunos casos, al llegar la madrugada, la enfermedad hace crisis y remite la fiebre. Si eso no ocurriera, abandonad su vida en manos del Altísimo porque el niño está muy débil y no resistirá mucho más".

Al marchar el médico, Lucio volvió a entrar en su casa después de saludarnos de manera distraída. Nosotros nos acomodamos en el patio mientras que Jesús entró también con Lucio y pensamos que quizá iba a imponer las manos al niño para sanarle y esa posibilidad nos llenó de esperanza. No dijimos nada y permanecimos a la espera, orando por la salud del niño.

En la segunda vigilia de la noche Jesús no había vuelto y a nosotros nos venció el sueño. Nos despertó la luz del amanecer y los rumores que de nuevo se oían en la casa. Salió Jesús y nos dio la buena noticia de que, de madrugada, el estado del niño había mejorado, le había bajado la fiebre y estaba fuera de peligro. Vinieron también los padres, agotados y felices y nos unimos a su agradecimiento y a su gozo.

Cuando nos sentamos en un rincón del patio a comer el pan y los dátiles que el dueño de la casa nos había enviado, preguntamos a Jesús qué había ocurrido durante aquella larga noche.

"- La he pasado contemplando a los padres del niño", nos dijo, "y he recordado las palabras del Salmo: "No duerme ni reposa el guardián de Israel" (121,4).

Así eran ellos junto a su hijo, absortos y vigilantes a cada una de sus respiraciones, movimientos y gemidos. Toda su atención estaba fuera de ellos mismos y volcada en el niño, sin distraerse ni ocuparse en nada más.

Lucio se levantaba cuando la lámpara vacilaba y volvía a llenarla de aceite; Miryam, cuando se daba cuenta de que el lienzo con mostaza caliente con que abrigaba el pecho del niño estaba tibio, bajaba a la cocina y volvía a calentar agua en el fuego para aplicarle otro nuevo.

Yo les traía agua para que bebieran pero, antes de beber ellos, mojaban los labios del niño y enjugaban el sudor de su frente. Ellos y yo aguardábamos el amanecer como lo aguarda ese centinela del que habla otro salmista (Sal 130,6) y, al llegar la primera luz del día y como si la estuviera esperando, el niño ha respirado profundamente, ha dejado de agitarse y se ha quedado dormido.

Y yo he aprendido esta noche algo más sobre cómo hay que esperar la llegada del Reino: hay que estar expectantes como un centinela que espera el amanecer; como una novia que espera la llegada del novio; como un siervo que sabe que su señor llegará cuando menos lo espera, como unos padres junto a la cama de su hijo enfermo, atentos solamente a cómo respira".

 

Dolores Aleixandre

(Un tesoro escondido. Las parábolas de Jesús. Ed CCS)

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